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das Mystische 2.1

Maravilla

Maravilla Llevo días compitiendo con soldados romanos, con hermenéuticos flamencos, con metódicos escépticos científicos, angustiado ante la posibilidad de que todo mi mundo no sea más que un divertido fraude, de que todo lo aprendido hasta ahora, en cuarenta y dos insignificantes años, no sirva para nada. Me asomo a esa ventana (gitana, mediterránea) y me asombro de cuántas variedades de laberinto habitan la caverna, cuántas visiones distintas del infinito conviven entre el amor, el insulto y el odio. Mi ignorancia me salva de la locura (mi amor a la vida me aconseja la distancia) pero también me informa de cómo pudieron ser las cosas. Si en lugar de la pobreza los dioses me hubieran regalado la inteligencia todo sería distinto; si en lugar de dedicarme al vino, al descubrimiento etílico, hubiera dedicado mi tiempo en una sola dirección, bien organizado, disciplinado y heroico, quizás ahora discutiría en ciertos foros desde mi equivocado pánico, desde una única teoría armonizada, en lugar de sufrir persiguiendo sombras espumosas e intentando comprender lo incomprensible. Al fin y al cabo, todo gira alrededor de un solo punto, muy negro, que siempre, siempre se muere; todos hablan porque el silencio, qué duda cabe, es mucho más incómodo. Al fondo, alguien se ríe extraviado en una ciudad desconocida, sin dientes, agazapado en una esquina. ¿Acaso un filósofo? ¿Un científico? Y es que siempre me exijo demasiado.

Durante cierto tiempo, cuando mi vida estaba íntegramente dedicada al vino, yo visitaba los retretes de los bares de Madrid como quien visita un templo. Todos los planetas parecían cacahuetes en un jardín de serrín y banderillas picantes; las cabezas, todas las cabezas, me daban vueltas como tuercas y tornillos irreverentes. Eran los primeros vapores y llegué a pensar en fotografiar todos aquellos maravillosos lugares, en dejar constancia de mi presencia en aquellos templos imprescindibles del conocimiento filosófico, en aquellos receptáculos de la meada universal y cósmica, en aquellos ejemplos definitivos del gran perfume humano.

Entonces, por casualidad, me encontré con Cioran:

Todas las vías, todos los procedimientos de conocer son válidos: razonamiento, intuición, repugnancia, entusiasmo, gemido. Una visión del mundo articulada en conceptos no es más legítima que otra surgida de las lágrimas: argumentos y suspiros son modalidades igualmente concluyentes e igualmente nulas. Construyo una forma de universo: creo en ella, y es el universo, el cual se desploma empero bajo el asalto de otra certeza o de otra duda.

También estaba borracho. Hablaba con babas rojas, elevadas y luminosas:

La inspiración fulgurante, lo mismo que la profundidad laboriosa, nos presentan resultados definitivos e irrisorios. Hoy prefiero tal escritor a tal otro; mañana le tocará la vez a una obra que antaño abominaba. Las creaciones del espíritu -y los principios que las presiden- se resignan al destino de nuestros humores, de nuestra edad, de nuestras fiebres y de nuestras decepciones. Ponemos en tela de juicio todo lo que antaño amamos, y tenemos siempre razón y siempre estamos equivocados; pues todo es válido y todo carece de importancia. Sonrío: nace un mundo; me entristezco: desaparece, y ya se perfila otro.

¡Qué maravilla! Cualquier idiota puede perder lo mejor de su tiempo acorazado en el método científico o en el burdel de la gramática, y, no obstante, a pesar de todo, ser un gran hombre; cualquier gran hombre puede acercarse a las puertas de la verdad y asomarse a mi retrete, al gran perfume humano, y, no obstante, no ser un idiota.

Hecho de menos el vino. Hecho de menos a los hombres.

A los grandes y a los pequeños hombres.

A las mujeres las entiendo menos.

Y es que siempre me exijo demasiado.

FUNDAMENTO:

Marcel Duchamp, Fountain, 1917 (original lost), Readymade: porcelain urinal, Height 60cm, Philadelphia Museum of Art.

Aquí mismo.

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